Viernes, 7 de Julio de 2006
Hoy por fin pude desplegar una mapa de toda la ciudad encima
de la cama y enterarnos de nuestra situación geográfica. Antes de levantarme
tuve dolor en las pantorrillas, pero luego de un reconfortante desayuno, las
aguas vuelven a su cauce. A la hora de salir del apartamento decidimos darle
la vuelta al cementerio por el camino contrario al que siempre cogemos porque
teníamos la sensación de que el camino para la casa de V. era más corto por
ahí. Llegamos a la puerta del Centro Cultural Recoleta y nos enteramos de su
programación y luego como el que no quiere la cosa nos adentramos en un barrio
donde se encuentra el Hotel Palace que debe ser el no va más de estos
andurriales y que pone de manifiesto la
gran diferencia de clases que existe en esta ciudad, donde dicen algunos
parroquianos que ha desaparecido la clase media. Edificios de treinta plantas,
no hay locutorios ni maxikioscos, ni basuras, ni kioscos de prensa; las
galerías comerciales son el no va más y por allí cerca merodean las embajadas
como la francesa a pie de la avenida 9
de Julio en un edificio antiguo que quita el hipo. En cuanto se cruza la
Avenida las cosas son ya diferentes, huele
a comida rápida, a gasoil de los
autobuses urbanos que se apiñan unos detrás de otro como si estuviesen
compitiendo en una carrera, con esos enormes números para miopes en el
frontispicio de la luna delantera: La mayoría son Mercedes Benz y algunos
aseguran que tienen un piso superbajo.- En la plaza del General San Martín
encontramos a un guía que decía tener ascendencia de la provincia de Burgos y
que nos contó el origen de la frase “tomar las de Villadiego”. Cierta o falsa
la historia sirvió para que le diésemos una propina para proteger a no sé que
gente de un hospicio o algo similar. La Torre de los Ingleses estaba cerrada y
no pudimos visitarla, eso si una llama y dos soldados de uniforme de gala
custodiaban el mausoleo de las victimas de la guerra de las Malvinas.- Cercano
a este punto en plena Avenida El Libertador ( esa de doce carriles en cada
sentido), un par de obreros se afanaban en una obra callejera, algo que nos
sorprende porque no se ve a nadie
empleado en estos menesteres. El personal de la oficina de turismo nos da la
mala noticia de que no quedan entradas para Les Luthiers – mañana probaremos
fortuna para la próxima semana -. Comenzamos a desenvolvernos mejor por las
calles y a pesar de que V. se encuentra algo floja en el día de hoy, nos
vamos los cuatro al barrio de Palermo a degustar un menú japonés que a mí me
deja frío, aunque dicen que alimenta: salmón, arroz, verduras, salsa y otro
tipo de pescado en frío, cuesta digerirlo, pero es lo que hay. Otra vuelta por
el barrio, algo diferente por la ausencia de grandes bloques, menos tráfico y proliferación
de tiendas y cafés peculiares parece ser su característica principal al menos a
simple vista. Por aquí nos movemos en taxi y nos llama la atención lo barato
que resultan: predominan sobre el transporte privado. Nos recogemos pronto
para descansar de la paliza diaria. El taxista nos cuenta que a sus setenta
años ha de seguir en el tajo para contrarrestar los 400 pesos que tiene de
jubilación ( al cambio cien euros). Lo de siempre.
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