¿Qué tienes tú negra encina
campesina
…/…
Se preguntaba Don Antonio Machado comparando su figura con la de otros
árboles y el mismo poeta nos hace ver la enorme expansión geográfica de la
vetusta encina, adaptada a nuestra península y a nuestro clima como pocas
especies.
La encina (Quercus ilex) de la familia Fagaceas es algo consustancial al
paisaje tórrido del sur y así la podemos encontrar en la Sierra Norte de
Sevilla ofreciendo su fruto (bellota) al ganado y sus ramas a multitud de
especies animales, para que de ella hagan lugar seguro donde sacar adelante sus
crías. Alanís, Constantina, El Pedroso, San Nicolás del Puerto, son algunos de
los pueblos de la sierra ligados a este árbol y sus vicisitudes. Las hojas de
la encina –coriáceas y pinchudas- dan idea de las dificultades del conjunto
para encontrar agua suficiente. A base de transpirar agua, energía solar y
temperaturas altas, el árbol transforma los materiales terrestres basados en la
química del silicio en productos con carbono, de tipo orgánico. Las hojas de
los árboles con sus caprichosas formas, coquetean con el carbono ofreciéndole
hospedaje, pero a veces las relaciones con los minerales del suelo no son de
buena vecindad y ésta termina descomponiéndose en el suelo para entrar de nuevo
en el ciclo aunque sea parcialmente; como vivimos de ellos, hemos de hincar el
filo del acero en su dura piel. Procuremos que la herida sea producida en sus
justos términos: época precisa, ramas adecuadas, daño imprescindible, personal
adecuado, directrices oportunas.
Al final ellos siempre nos lo agradecen. La encina –sin que nadie se lo
diga- procura crecer rodeada de pinchudas carrascas, protegiéndose así de la
visita de los herbívoros. La rentabilidad económica del bosque mediterráneo
–del que la encina es su más fiel representante- puede ser elevada si se
realiza un aprovechamiento integrado de todos sus recursos: ganadería, caza,
corcho, leña y carbón vegetal; en el Plan Forestal Andaluz se contempló
repoblaciones con encinas –entre otros árboles- para subsanar la nefasta
política de los años sesenta, que nos llenó los campos de ecucaliptos a costa
de los milenarios Quercus. Otro tipo de ayudas, de origen comunidad europea,
también está consiguiendo llenar de plantaciones, terrenos que antes estaban
baldíos. Esperemos que estos planes puedan llegar a buen puerto, y vayamos
recobrando nuestros bosques por el bien de toda la comunidad.
En la Odisea
podemos ya encontrar referencias a este árbol; así Penélope le dice a Ulises:
“No creo que seáis de esos hombres que no conocían a sus antepasados y
afirmaban haber nacido de una Encina y una Roca”. De ella se obtiene picón,
carbón, bellota para el ganado; tolera el calor, el frío, las sequías
prolongadas y las podas más brutales. Se lleva bien con el alcornoque, el
madroño, el brezo, el lentisco, las jaras, el cantueso, el águila imperial, el
lince, el lagarto corredor, el sapo partero…no nos debemos extrañar, por tanto,
que en la Grecia
antigua, los vencedores en los juegos nemeos luciesen en su sien una corona de
ramas de encina. Puede alcanzar los veinte metros de altura, vivir mil años y
dar cobijo a su sombra a mil quinientas ovejas. Del bosque de encinas que
cubrían nuestra península, hemos pasado a todo tipo de cultivos: pastizales,
pinares o eucaliptales, quedándonos como mal menor la dehesa, forma de
convivencia que parece la más idónea para el hombre y el árbol. Confiemos que
esto sea así y dejemos de ver desaparecer más ejemplares de la que ha llegado a
ser considerada como árbol nacional: la encina.
…/…
con tus ramas sin color
en el campo sin verdor;
con tu tronco ceniciento
sin esbeltez ni altiveza,
con tu vigor sin tormento,
y tu humildad que es firmeza?
0 críticas :
Publicar un comentario