Cuando se aproxima el mes de Octubre, la tele nos anuncia la
apertura de curso, y un sin fin de estudiantes se aprestan a conquistar un
peldaño más de su particular escalera, por la Sierra de Aracena (Huelva) tiene lugar una
explosión de color y sonido: allí en medio de bosques de quercus y de frondosas
aparecen majestuosas, con espectaculares troncos en la mayoría de los casos,
llenos de enormes heridas por las sucesivas talas, constituyendo reuniones de
gigantes en los mágicos atardeceres de la sierra; son los castaños del género
Castanea y la familia FAGACEAS que en envolturas pinchosas (erizos) nos ofrecen
sus deliciosos frutos y que constituyen uno de los atractivos de estas tierras.
Por aquí le podemos encontrar la mayoría de las ocasiones en perfecto cultivo,
aunque también existen fincas en evidente abandono y que posiblemente haya dado
lugar a pensar a mucha gente que todo el monte es orégano, dedicándose a coger
castañas a pie de carretera como si aquello fuese el maná. La respuesta por
parte de los propietarios de las tierras, llega en forma de alambradas para
desespero de los senderistas, que cada día encuentran más dificultades a la
hora de completar sus recorridos, y esta sierra - la de Aracena - debido a la
proximidad de sus pueblos ya la benignidad de la orografía permite su disfrute
a pie como pocas. El castaño lo trajeron los romanos y afortunadamente aún se
sigue cultivando para disfrute de sensibilidades propensas a sentir un goce
especial caminando entre el amarillo de sus hojas. Tan importante es esta zona
norte de la provincia de Huelva, que dicen que por aquí merodea el emblemático
lince y la nutria - un mamífero muy delicado a la hora de elegir la calidad de
las aguas - El castaño también nos ofrece su madera -¡cómo no! -aunque se da la
paradoja generalizada a las maderas en general de que aunque la empleamos cada
vez más la vemos cada vez menos, ya que al final acaba convertida en papel,
pintura plásticos... una pena para nuestros sufridos bosque4s. A veces, sentado
frente a uno de esos gigantes deformes, a uno se le viene a la mente aquella
atmósfera de hace quinientos millones de años, donde el anhídrico carbónico
imponía su ley creando una situación desfavorable para la evolución, hasta que
la combinación clorofila -luz sentó las bases para que con el permiso de las
algas, hongos y musgos, hoy podamos quedarnos atónitos ante estos muditos de
piel leñosa. Bastantes pueblos citan al árbol como primer emblema del que
conservan recuerdo: los altaicos, siberianos, aqueos, pelasgos; las grandes
leyendas nórdicas hablan de árboles milenarios.
viernes, 5 de febrero de 2016
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