Desde la cinco de la mañana estamos en pie, para llegar al
aeropuerto de San Pablo con los primeros nervios del día.- Poca gente para
Madrid, controles metálicos y la subida del avión que o me sienta nada bien,
aunque V. disfruta como una niña al comprobar que aquello no da miedo.-
En poco más de media hora estamos en la famosa Terminal 4, que recorremos
varias veces haciendo tiempo para el embarque definitivo.- Descubro que la
mezcla de la biodramina y lexatin va muy bien para quitar los pellizcos de
estómago y que se te quiten las ganas de abandonar la aventura antes de
comenzarla.- Descubrimos que los asientos del vuelo a Buenos Aires son mucho
más cómodos aunque por poco si nos toca ir empujando.- Las supuestas doce horas
de convierten en trece, desde que nos ponemos en cola para el embarque del
personal y hay momentos en que es difícil imaginar que estamos volando.- Nada se mueve;
por la pequeña ventanilla el efecto de las nubes y el azul del océano parecen
una pegatina sin vida.- Eso sí, en el interior, un joven rabino con esposa y
dos hijas pequeñas constituye el centro de atención por el continuo trajinar de
maletas de un lado a otro del avión: Ora se pone un uniforme, luego otro, se
prepara para la oración, pasea a la niña pequeña en brazos y continua cambiando
la maleta de un lugar a otro.- V.
a mitad del viaje comienza a sentirse mal, mientras que yo mantengo viva
la esperanza de completar el viaje sin el temido mareo turbulento.- Al final
acabo blanco, pero entero.- El trayecto resulta largo, bien atendido por el
personal de a bordo pero con síntomas claros de agobio porque no se descansa
bien y el duermevelas dura poco.- Dan ganas de dejarlo todo, de abandonar y la
cabeza duda, tiembla de pensar lo lejos que queda ese viaje de vuelta (otra vez
el avión), pero no hay vuelta atrás.- La tranquilidad del resto de los
pasajeros ayuda mucho y las visitas al baño se repiten una y otra vez.- Aunque
nos cierran las ventanillas y nos ponen tres películas, una detrás de otra, es
la música clásica la que consigue relajarme más: Mozart se convierte en
compañero inseparable, la presencia de V. en malas condiciones físicas,
el no poder dedicarle más atención, trato de superarlo como puedo, consciente
de que debo moverme los menos posible y acoplarme a mi almohada mágica.- La
llegada al aeropuerto bonaerense es todo un espectáculo de luces y aunque una
de nuestras maletas llega la última, ya
pisamos tierra firme y eso reconforta bastante.- Somos bien recibidos por V. y M. que nos introducen en un taxi y pasamos nuestra primera noche en el
hotel Impala, cuya cama nos sabe a gloria bendita a eso de las cinco de la
mañana – hora española -. O sea, veinticuatro horas de continuo deambular.
Rumbo a lo desconocido
Perpetrado el
domingo, 14 de junio de 2015
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