domingo, 14 de junio de 2015

Rumbo a lo desconocido

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Desde la cinco de la mañana estamos en pie, para llegar al aeropuerto de San Pablo con los primeros nervios del día.- Poca gente para Madrid, controles metálicos y la subida del avión que o me sienta nada bien, aunque V. disfruta como una niña al comprobar que aquello no da miedo.- En poco más de media hora estamos en la famosa Terminal 4, que recorremos varias veces haciendo tiempo para el embarque definitivo.- Descubro que la mezcla de la biodramina y lexatin va muy bien para quitar los pellizcos de estómago y que se te quiten las ganas de abandonar la aventura antes de comenzarla.- Descubrimos que los asientos del vuelo a Buenos Aires son mucho más cómodos aunque por poco si nos toca ir empujando.- Las supuestas doce horas de convierten en trece, desde que nos ponemos en cola para el embarque del personal y hay momentos en que es difícil imaginar que estamos volando.- Nada se mueve; por la pequeña ventanilla el efecto de las nubes y el azul del océano parecen una pegatina sin vida.- Eso sí, en el interior, un joven rabino con esposa y dos hijas pequeñas constituye el centro de atención por el continuo trajinar de maletas de un lado a otro del avión: Ora se pone un uniforme, luego otro, se prepara para la oración, pasea a la niña pequeña en brazos y continua cambiando la maleta de un lugar a otro.- V.  a mitad del viaje comienza a sentirse mal, mientras que yo mantengo viva la esperanza de completar el viaje sin el temido mareo turbulento.- Al final acabo blanco, pero entero.- El trayecto resulta largo, bien atendido por el personal de a bordo pero con síntomas claros de agobio porque no se descansa bien y el duermevelas dura poco.- Dan ganas de dejarlo todo, de abandonar y la cabeza duda, tiembla de pensar lo lejos que queda ese viaje de vuelta (otra vez el avión), pero no hay vuelta atrás.- La tranquilidad del resto de los pasajeros ayuda mucho y las visitas al baño se repiten una y otra vez.- Aunque nos cierran las ventanillas y nos ponen tres películas, una detrás de otra, es la música clásica la que consigue relajarme más: Mozart se convierte en compañero inseparable, la presencia de V. en malas condiciones físicas, el no poder dedicarle más atención, trato de superarlo como puedo, consciente de que debo moverme los menos posible y acoplarme a mi almohada mágica.- La llegada al aeropuerto bonaerense es todo un espectáculo de luces y aunque una de nuestras  maletas llega la última, ya pisamos tierra firme y eso reconforta bastante.- Somos bien recibidos por V. y M. que nos introducen en un taxi y pasamos nuestra primera noche en el hotel Impala, cuya cama nos sabe a gloria bendita a eso de las cinco de la mañana – hora española -. O sea, veinticuatro horas de continuo deambular.

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