Yo que no creo en dios ni para
cagarme en él, por una vez, por un ratito nomás, me gustaría tener fe y estar seguro de que los ateos son los equivocados. Quiero creer que allá arriba, donde quiera que esté ese arriba,
ese famoso más allá, hay un dios-padre (de barba desteñida y risa hispana) recibiéndote
cantarín, llorando de alegría y de ron
Matusalem. Quiero pensar que ahora te encuentras en compañía de un dios-hijo (de
barba hispana y risa desteñida) con el que jugar al dominó y hablar de
pronósticos deportivos. Imagino a un
dios-espíritu, un dios ave, dios paloma o dios colibrí, volando juguetón sobre
tu hombro, llevándote de paseo por el bordillo del horizonte, ese horizonte,
siempre tan perseguido por ti.
Puedo verte rodeado de
chilpayates alados, de mujeres estrellas, cihuateteos de melenas negras que te
piden con los ojos (a gritos de miradas) una historia cortita pero llena de barro y tizas de colores. Vos, vos
que sabes bien tu oficio, callas; te basta con mostrar esas lucecitas que parecen
bailotear sobre la golpeada tierra. Señalas
esos fueguitos que se mantienen encendidos, de pie a pesar del fuerte viento,
del hambre y la desesperanza. Desde allí, desde ese más allá muestras este aquí
tan lleno de historias, tan lleno de los fulanos, de los menganos, de los nadie
resistiendo y soñando que son. Con tu silencio tan montevideano, tan tuyo, reclamas al trío de dioses por ese horizonte de cruces rosas, por esas mujeres
muertas, por los desaparecidos, esas ausencias en Kenia, en México; esas aulas vacías que deberían estar abarrotadas
de risas, de alegrías… de fueguitos, de su
calor, de su luz, de su futuro. La trinidad
entre sorprendida y avergonzada, parece
advertir por primera vez su creación chapucera. Los dioses miran con horror
todo ese montón de guerras declaradas en su nombre. Ven desde ese arriba a los fueguitos extraviados, perdidos en el Mediterráneo,
muertos de cansancio, muertos de angustia, muertos de sed en medio de tanta
agua.
Quiero tener por un momento la
ceguera de la fe, pensar que contigo en ese más allá, ahora sí que sí, ahoritita
mismo el dios-padre, el dios-hijo y el dios-pájaro pondrán orden acá, en este
campo de fueguitos. Aunque en el fondo sé que con un poco de suerte y algún día
nos daremos cuenta que los nadie solamente seremos salvados por los mismos
nadie. Que no caerá de ningún cielo la salvación. Casi lo prefiero porque no me
imagino alabando toda la eternidad a un trío de egocéntricas deidades. Pero confío, confío que vos, vos que ahora
parece que callas, vos te encuentras sonriente, reencontrándote con tus viejos
amigos, con tu perro; andando y charlando ahora que tienes todo el tiempo.
Mientras nosotros aquí, repartimos y compartimos el luto como se reparte y
comparte el pan. Andaremos y contaremos
tus historias que, desde siempre y para siempre, también son nuestras.
A una semana de tu partida, yo, que no creo en dios ni para cagarme en él,
solamente puedo ofrecerte un llanto quedito, un hasta siempre, confiando en
volverte a ver. Mientras tanto intentaré morirme de lo mismo que tú: de la vida,
porque creo que morirse de vivir no tiene que estar tan mal, exista o no el más
allá, exista o no el dios-paloma.
©2015 CERILLAS SUELTAS Rogelio Jarquín.
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