¿Qué conviene a este otoño...?
De una vez para siempre,
desechadas las viejas,
solapadas ternuras,
partir sin rumbo, andar,
andar, andar sin tregua, sin desmayo
-no desandar jamás-,
hasta que atardecidos
al cabo los caminos,
ya a tientas, continúen
para siempre soñandose, soñandonos...
Y allí, en ninguna parte,
porque a ninguna parte íbamos,
encender nuestra hoguera
frente al muerto crepúsculo,
luego, como despojos,
cual míseros harapos,
tender los viejos sueños,
los entrañables sueños consabidos
-allí, en ninguna parte,
porque a ninguna parte íbamos-
y en torno al gran fuego
conversar melancólicos
mientras pasan las horas,
mientras la noche avanza y, a la par,
piadoso va el gran fuego consumiendo,
consumiéndolo todo:
los días y los años,
los siglos, los segundos...,
proyectando -mas ¿dónde?- nuestras sombras,
nuestras póstumas sombras,
sombras de nadie ya.
Poema de Julio López Cid, de su obra El Río, pág. 69, Editorial Duen de Bux S.L., colección La Letrería, 2008.
0 críticas :
Publicar un comentario