Y así comenzaron a caer las hojas.
Se desenroscaban de las ramas,
soltaban sus brazos y se lanzaban
sin paracaídas y sin miedo.
Ellas sabían que así tenía que ser,
que no podían vivir eternamente
allí enganchadas.
Y así comenzaron a caer las hojas.
Por Saray Pavón Márquez.
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